La escritora y poeta Sandra Santana oriunda de Puerto Rico, 1961. En breves y tan profundas palabras nos regala esas imagenes de mujer y madre tan necesarias en este vulnerable tiempo.
INFINITUD
“La verdad no penetra en un entendimiento rebelde”.
-Jorge Luis Borges, “El Aleph”.
De vez en cuando se sentaba en el suelo con un plato viejo de latón. Era una suerte de ritual. Formaba un puñadito de arroz y lo llevaba a su boca. Cerraba los ojos. Finos hilos de agua demarcaban cauces en su rostro. Yo hacía mil conjeturas. De seguro la asaltaba la tiranía de la memoria y los recuerdos de su infancia, llena de carencias y de hambre, se le desbordaban quedamente de los ojos. A lo mejor percibía nuevamente las penurias que configuraron su sonrisa triste. O hacía tal vez, las paces con su destino perdonaba, y agradecía en silencio. Acaso solo quería asegurarse de no olvidar sus raíces, de mantenerse humana. Hay cosas que nunca dijo, secretos que murieron con ella. Yo no la entendía. ¿Qué veía cuando cerraba los ojos?
El peso de su ausencia me derrumba.
Hoy decido sentarme en aquel mismo lugar: en el suelo de la cocina, con su viejo plato de latón. Cierro mis ojos. Ante mí se abre un espacio que es la nada y el todo a la vez. Entonces las veo. Sonríen: dignas, seguras, perfectas. Caminan hacia el horizonte que se intuye a lo lejos que, a su vez, está constituido por todas ellas. Allí está mi madre. Me sonríe, y prosigue su marcha junto a todas las mujeres del mundo.
Sandra Santana
Escritora
INFINITA
«La verità non penetra una comprensione ribelle».
-Jorge Luis Borges, «L’Aleph».
Di tanto in tanto si sedeva sul pavimento con una vecchia targa di ottone. Era una specie di rituale. Formava una manciata di riso e se lo metteva in bocca. Chiuse gli occhi. Sottili fili d’acqua segnavano canali sul suo viso. Ho fatto mille ipotesi. Sicuramente la tirannia della memoria l’assalì, e i ricordi della sua infanzia, piena di penurie e di fame, traboccavano silenziosamente dai suoi occhi. Forse percepì di nuovo le difficoltà che avevano plasmato il suo triste sorriso. O forse ha fatto pace con il suo destino, ha perdonato e ha ringraziato in silenzio. Forse voleva solo essere sicura di non dimenticare le sue radici, di rimanere umana. Ci sono cose che non ha mai detto, segreti che sono morti con lei. Non l’ho capito. Che cosa vide quando chiuse gli occhi?
Il peso della sua assenza mi abbatte.
Oggi decido di sedermi in quello stesso posto: sul pavimento della cucina, con la sua vecchia targa di ottone. Chiudo gli occhi. Davanti a me si apre uno spazio che è il nulla e tutto allo stesso tempo. Poi li vedo. Sorridono: dignitosi, sicuri, perfetti. Camminano verso l’orizzonte che si percepisce in lontananza, che, a sua volta, è composto da tutti loro. C’è mia madre. Mi sorride e continua la sua marcia con tutte le donne del mondo.
Sandra Santana
Scrittrice

Escritora Sandra Santana
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