Una mirada sociologica profunda de la realidad que formamos parte en la memoria de un pais. Mario Toro Vicencio, poeta, escritor, impulsor de nobles tareas en Chile y extranjero. Miembro del directorio de Letras 25. nos sumerge en sus vivencia fuera y dentro de su tierra.
SALIDA , EXILIO (paréntesis) RETORNO
Una sombra oscura que no dejaba traspasar ningún haz de luz se había cernido sobre la delgada figura del país a contar de la fatídica fecha del 11 de septiembre del año 1973. Así como el cóndor y el huemul estaban en extinción, ambas figuras símbolos del escudo nacional de Chile, la razón, la palabra, la justicia, el espíritu colectivo, la libertad de expresión, la hermandad, los principios del humanismo, la cultura, estaban siendo cazados despiadadamente y se encontraban en grave peligro de extinción.
No quedaban vestigios de las palabras «Por la Razón» en la frase «Por la Razón o la Fuerza», que figura en el Lema de nuestro escudo nacional, dejando espacio a la persecución y la delación que fue lo más brutal, porque los que quieren conservar su vida a costa de inculpar a los otros finalmente la pierden, como ha ocurrido con todos aquellos que se arrepintieron demasiado tarde.
El poder se marcaba en muescas de inexistentes batallas ganadas en las culatas de las armas y se expresaba, con furia incontenida, golpeando y desfigurando la faz de la comunidad del país hasta hacerla irreconocible, como si hubiese sido arrasada y desolada por un gran sismo.
Aquellos días aciagos cedieron dando paso a la muerte pausada del desarraigo y a la resignación, sin fronteras ni límites, se hizo presente a mi llegada a Suecia en el momento que fui recibido en el aeropuerto por los funcionarios de la oficina estatal de migraciones.
Recordé el tiempo que había dedicado en la embajada a pensar e imaginarme esta futura situación –que se me hacía angustiante de concebir siquiera como posibilidad–. En aquel mismo instante comprobé que el hecho de anticiparme a esta situación de ansiedad había grabado en mi cerebro este acontecimiento como circunstancia no deseada, siendo invadido por recuerdos intrusivos que, si bien es cierto, no habían acaecido, en ese mismo instante parecían estarse gestando.
El poco conocido fenómeno del exilio, que muchos sociólogos, historiadores y filósofos presentan hipótesis, siendo mi opinión que se quedaron en ellas, desde el punto de vista individual mi identidad y cultura se rebelaban, me impulsaban constantemente a recurrir a códigos propios, que yacían conscientemente ignorados por mí. Mis límites étnicos no variarían, pues yo seguiría siendo parte de un proceso inextinguible, En ese contexto, la única vía de superación de mi convivencia con la nueva sociedad era que se aceptara que nuestras identidades étnicas se tornaban comprensibles, si ambos lográbamos asumir que estas debían entenderse como expresiones de relaciones de identidades diferenciadas. No obstante, mi carácter de allegado en ese país, pertenecer a una categoría étnica implicaba ser cierta clase de persona, con plenos derechos de juzgar y ser juzgado de acuerdo con normas implícitas a tal identidad. Mis límites étnicos no variarían, pues yo seguiría siendo parte de un proceso inextinguible, que me ligaba a un determinado grupo de pertenencia.
Mi existencia se reflejaba en una de las escenas más tristes, más dramáticas y bellas de todas las creaciones de la ópera, en la inolvidable escena coral “Va pensiero sull´ali dórate” de la Opera “Nabucco” de Giuseppe Verdi, en la que los esclavos hebreos están de rodillas a orillas del Éufrates, en Babilonia, elevando al cielo su oración fervorosa, su anhelo de libertad, la añoranza de la patria lejana, en un solo lamento: «Oh patria mía, tan bella y tan perdida.»
¡No obstante la influencia del medio mi indisoluble ser hemisférico nunca correría peligro de transformarse en un ser desafecto!
Hube de despojarme de todo prejuicio e iniciar una nueva etapa de aprendizaje del nuevo contingente de chilenos, que vivía en el país de acogida sin motivos políticos.
Sin embargo, desde mi condición humana –soslayando cualquier enjuiciamiento–, entendía que todos los inmigrantes éramos interyacentes entre dos dimensiones opuestas y carentes de proporcionalidad: una tangible, cercana y desconocida y otra intangible, lejos y referencial. En ese contexto yo seguía construyendo identidad, inclusive a partir de las diarias estigmatizaciones a que yo era sometido.
Logré sustraerme de la realidad virtual en que se encontraban inmersos muchos de ellos que vivían una realidad ilusoria, una pseudo realidad alternativa, una realidad perceptiva sin soporte objetivo.
Esa misma objetividad me hacía percibir dos mundos que coexistían en una misma superficie: el mundo que yo reconocía cómo mío por pertenencia y por conciencia, que estaba en un constante proceso de transición y cuestionamiento del sistema que albergaba una mayoría absoluta de ciudadanos nativos y ese otro mundo, que se negaba a la integración, que nunca estaría en condiciones de reconocer, aunque fuese un atisbo de convergencia entre esos dos mundos.
Yo era un inmigrante forzado, que no podía abstraerme de sentir tristeza, dolor y depresión. El exilio se me infligió como solían infligirlo los romanos durante la época del imperio: “como sustituto de la pena de muerte”. Mi presente se debía al pasado, mi estadía en ese país era una consecuencia de lo que yo había hecho en Chile.
¡Y llegó uno de mis más preciados y contradictorios momentos a lo largo de mi vida! En el aeropuerto de Estocolmo, parado al lado de mis hijos me sentía totalmente dividido, despedazado. Era mi despedida de Suecia. Hacía abandono de Suecia con el mismo sentir de mi salida de Chile. Una vez más me sentía tironeado por dos sentimientos en sentidos opuestos. Uno de ellos era de felicidad. Abandonar Suecia me hacía feliz por el reencuentro con los míos, con mis raíces culturales. El otro, me producía un profundo desgarro por el desamparo de dejar a los por siempre amados portadores de mi herencia genética, a los que yo egoístamente había imaginado mi continuidad. ¡Ellos se quedaban en este país por considerarlo suyo!
Al poco tiempo de mi llegada a Chile me percaté que en mi propia tierra estaba atravesando por una situación análoga a la vivida en el país escandinavo durante mi primer período: “me sentía intruso y cualquiera fuese el contexto tenía que demostrar que sabía”. Aún con mi acervo cultural, todas mis conductas se desvirtuaban ante la evidente falta de códigos comunes de convivencia. Como el preso de larga data que obtiene la libertad, que al salir experimenta una enorme incompatibilidad con la sociedad que lo aisló, nuestras vidas paralelas se hacían palpables.
Y como yo era la consecuencia de lo que había hecho en Chile y en Suecia, país en el que había adquirido experiencia, conocimientos en la acogida de inmigrantes por mi trabajo en la Oficina Estatal de Migraciones, opté por aceptar el ofrecimiento que se hizo de integrar y ser parte de la Oficina Nacional de Retorno y ponerme en esta cruzada, al lado de Jaime Esponda, director nacional de la institución.
Si bien es cierto la Oficina Nacional de Retorno era parte importante del gobierno, el presupuesto de esta era más bien modesto y la dotación mínima o insuficiente, para una tarea de envergadura nacional.
Con Jaime Esponda siempre estuvimos de acuerdo en que la principal labor de la oficina era que el Estado, a través de las instancias de la administración pública, nos ayudara a poner a todo aquel que volviera a Chile al mismo nivel que el que nunca hizo abandono del país.
Se presentaron proyectos de ley al parlamento, que fueron aprobados. Uno de ellos que le daba derechos para traer un auto de un valor máximo de diez mil dólares sin pago de aranceles aduaneros. Muchos retornados que se encontraban en una situación de pobreza, recurrieron a la venta de los cupos de autos, originando una enorme explosión comunicacional a través de todos los medios, conmocionando a la sociedad chilena, que no podía entender como los retornados con tantos estudios y tanto dinero en los bolsillos cometían tal fraude al estado.
¡La visión del “exilio dorado” entregada por la dictadura durante tantos años a través de todos los medios, rendía su fruto!
Muchos de los que con esperanza habían retornado, abandonaron Chile y volvieron a los países de acogida pensando en que nuestro país se había transformado en una tierra de liliputienses, de personas pequeñas que nunca crecerían. Abocados a solucionar sus problemas de inserción y completamente abrumados por no conseguirlo, se fueron con una visión un poco sesgada de sus coterráneos, que poco o nada sabían del verdadero fenómeno del exilio, en su gran mayoría, también se encontraban sumidos en despejar la diaria incógnita de cómo subsistir en una sociedad tan inequitativa en los confines del mundo.
La oficina había sido creada con ley de excepción, tenía fecha de término. Me despedí sin nostalgias de la institución, sin apego a ese estilo de vida, pero con un dolor casi paralizante por todos aquellos que no pude ayudar a quedarse en Chile.
Cientos de miles de compatriotas aún viven en el extranjero con la sempiterna esperanza de volver a su país de origen.
La memoria del corazón bombea, día a día, sin interrupción, los rostros de mis hijos y los restos de mis compañeros muertos que se niegan a yacer en tierras no elegidas son los que no dan tregua a mi vida y los que me han compelido a trasvasijar mis vivencias y mi traslapamiento cultural a todos aquellos que desconocen la historia contemporánea de su propio país.
Mario Toro V
Poeta, Escritor
PARTENZA, ESILIO (PARENTESI) E RITORNO
Un’ombra scura che non lasciava passare alcun raggio di luce aleggiava sulla figura esile del paese a partire dalla fatidica data dell’11 settembre 1973. Così come il condor e l’huemul erano in via di estinzione, entrambe figure simboliche dello scudo nazionale del Cile, la ragione, la parola, la giustizia, lo spirito collettivo, la libertà di espressione, la fratellanza, i principi dell’umanesimo, la cultura, erano cacciati senza pietà ed erano in serio pericolo di estinzione.
Non c’erano tracce delle parole «Con la ragione» nella frase «Con la ragione o con la Forza», che appare nel motto del nostro stemma nazionale, lasciando spazio alla persecuzione e alla denuncia che è stata la più brutale, perché coloro che vogliono preservare la propria vita a costo di incolpare gli altri alla fine il perdono, come è accaduto a tutti coloro che si sono pentiti troppo tardi.
Il potere era segnato in tacche di battaglie inesistenti vinte nei calci delle armi e si esprimeva, con furia sfrenata, colpendo e deturpando il volto della comunità del paese fino a renderla irriconoscibile, come se fosse stata rasa al suolo e desolata da un grande terremoto.
Quei giorni fatidici hanno lasciato il posto alla morte tranquilla dello sradicamento e la rassegnazione, senza confini né limiti, era presente al mio arrivo in Svezia nel momento in cui sono stato ricevuto all’aeroporto dai funzionari dell’ufficio statale per l’immigrazione.
Ricordavo il tempo che avevo trascorso in ambasciata pensando e immaginando questa situazione futura, che era angosciante per me anche solo concepire come una possibilità. In quel preciso istante mi resi conto che il fatto di anticipare questa situazione di ansia aveva impresso nel mio cervello questo evento come una circostanza indesiderata, essendo invaso da ricordi intrusivi che, seppur vero, non erano accaduti, in quel preciso momento sembravano fermentare.
Il fenomeno poco conosciuto dell’esilio, di cui molti sociologi, storici e filosofi presentano ipotesi, essendo la mia opinione che vi rimanessero, dalla porspettiva individuale la mia identità e la mia cultura si ribellavano, mi spingeva costantemente a ricorrere ai miei codici, che venivano consapevolmente ignorati da me. I miei confini etnici non sarebbero cambiati, poiché avrei continuato a far parte di un processo inestinguibile. In questo contesto, l’unico modo per superare la mia convivenza con la nuova società era accettare che le nostre identità etniche diventassero comprensibili, se entrambi riuscissimo a supporre che queste debbano essere intese come espressioni di relazioni di identità differenziate. Tuttavia, in quanto parente in quel paese, appartenere a una categoria etnica prevedeva essere un certo tipo di persona, con pieni diritti di giudicare ed essere giudicato secondo le norme implicite in quell’identità. I miei confini etnici non sarebbero cambiati, poiché avrei continuato a far parte di un processo inestinguibile, che mi legava a un certo gruppo di appartenenza.
La mia esistenza si rifletteva in una delle scene più tristi, drammatiche e belle di tutte le creazioni operistiche, nell’indimenticabile scena corale «Va pensiero sull’ali dorate» dall’opera «Nabucco» di Giuseppe Verdi, in cui gli schiavi ebrei sono inginocchiati sulle rive dell’Eufrate, a Babilonia, elevando al cielo la loro fervida preghiera, il suo desiderio di libertà, il desiderio della patria lontana, in un unico lamento: «Oh mia patria, così bella e così perduta».
Nonostante l’influenza dell’ambiente, il mio essere emisferico indissolubile non sarebbe mai stato in pericolo di diventare un essere disaffezionato!
Ho dovuto liberarmi di tutti i pregiudizi e iniziare una nuova fase di apprendimento per il nuovo contingente di cileni, che vivevano nel paese ospitante senza motivi politici.
Tuttavia, dalla mia condizione umana – evitando ogni giudizio – ho capito che tutti gli immigrati si trovavano tra due dimensioni opposte e prive di proporzionalità: una tangibile, vicina e sconosciuta e l’altra intangibile, lontana e referenziale. In quel contesto ho continuato a costruire un’identità, anche a partire dalle stigmatizzazioni quotidiane a cui ero sottoposto.
Sono riuscito a fuggire dalla realtà virtuale in cui erano immersi molti di loro, che vivevano una realtà illusoria, una pseudo-realtà alternativa, una realtà percettiva senza supporto oggettivo.
Quella stessa oggettività mi ha fatto percepire due mondi che coesistevano sulla stessa superficie: il mondo che riconoscevo come mio per appartenenza e per coscienza, che era in un costante processo di transizione e di messa in discussione del sistema che ospitava la maggioranza assoluta dei cittadini nativi, e quell’altro mondo, che rifiutava di integrarsi, che non sarebbe mai stato in grado di riconoscere, anche se si trattasse di un accenno di convergenza tra questi due mondi.
Ero un’immigrato forzato, che non riusciva a sottrarsi dal provare tristezza, dolore e depressione. L’esilio mi è stato inflitto come i Romani erano soliti infliggerlo durante il periodo dell’impero: «come sostituto della pena di morte». Il mio presente era dovuto al passato, il mio soggiorno in quel paese era una conseguenza di quello che avevo fatto in Cile.
E poi è arrivato uno dei momenti più preziosi e contraddittori della mia vita! All’aeroporto di Stoccolma, in piedi accanto ai miei figli, mi sono sentita totalmente diviso, dilaniato. Era il mio addio alla Svezia. Lasciavo la Svezia con la stessa sensazione della mia partenza dal Cile. Ancora una volta mi sono sentito trascinato da due sentimenti in direzioni opposte. Uno di questi era la felicità. Lasciare la Svezia mi ha reso felice per il ricongiungimento con i miei cari, con le mie radici culturali. L’altro mi ha provocato una profonda lacrima a causa dell’impotenza di lasciare i portatori per sempre amati del mio patrimonio genetico, ai quali avevo egoisticamente immaginato la mia continuità. Sono rimasti in questo paese perché lo consideravano loro!
Poco dopo il mio arrivo in Cile mi sono reso conto che nella mia terra stavo vivendo una situazione analoga a quella vissuta nel paese scandinavo durante il mio primo periodo: «Mi sentivo un invasore e qualunque fosse il contesto dovevo dimostrare di conoscerlo». Anche con la mia eredità culturale, tutti i miei comportamenti sono stati distorti dall’evidente mancanza di codici comuni di convivenza. Come il prigioniero di lunga data che ottiene la libertà, che dopo la sua liberazione sperimenta un’enorme incompatibilità con la società che lo ha isolato, le nostre vite parallele sono diventate palpabili.
E poiché ero la conseguenza di quello che avevo fatto in Cile e in Svezia, un paese in cui avevo acquisito esperienza, conoscenza nell’accoglienza degli immigrati attraverso il mio lavoro nell’Ufficio Statale per l’Migrazione, ho scelto di accettare l’offerta che mi è stata fatta di entrare a far parte dell’Ufficio Nazionale del Ritorno e di mettermi in questa crociata. accanto a Jaime Esponda, direttore nazionale dell’istituto.
Se è vero che l’Ufficio Nazionale per i rimpatri era una parte importante del governo, il suo bilancio era piuttosto modesto e la dotazione minima o insufficiente per un compito di portata nazionale.
Jaime Esponda ed io siamo sempre stati d’accordo sul fatto che il compito principale dell’ufficio era che lo Stato, attraverso le istanze della pubblica amministrazione, ci aiutasse a mettere tutti coloro che tornavano in Cile allo stesso livello di coloro che non hanno mai lasciato il paese.
I disegni di legge sono stati presentati al parlamento, che sono stati approvati. Uno di loro gli ha dato il diritto di portare un’auto del valore massimo di diecimila dollari senza il pagamento di dazi doganali. Molti rimpatriati che si trovavano in una situazione di povertà, hanno fatto ricorso alla vendita di quote auto, provocando un’enorme esplosione di comunicazione attraverso tutti i media, sconvolgendo la società cilena, che non riusciva a capire come i rimpatriati con così tanti studi e così tanti soldi in tasca avessero commesso una tale frode contro lo Stato.
La visione dell'»esilio d’oro» trasmessa dalla dittatura per tanti anni attraverso tutti i media, ha dato i suoi frutti!
Molti di quelli che erano tornati con speranza hanno lasciato il Cile e sono tornati nei paesi ospitanti pensando che il nostro paese fosse diventato una terra di lillipuziani, di gente piccola che non sarebbe mai cresciuta. Concentrati a risolvere i loro problemi di inserimento e completamente sopraffatti dal non poterlo fare, se ne sono andati con una visione un po’ parziale dei loro connazionali, che poco o nulla sapevano del vero fenomeno dell’esilio, nella stragrande maggioranza, erano anche immersi a chiarire il mistero quotidiano di come sopravvivere in una società così iniqua ai confini del mondo.
L’ufficio era stato creato con una legge di emergenza, aveva una data di scadenza. Ho detto addio all’istituzione senza nostalgia, senza attaccamento a quello stile di vita, ma con un dolore quasi paralizzante per tutti coloro che non ho potuto aiutare a rimanere in Cile.
Centinaia di migliaia di connazionali vivono ancora all’estero con l’eterna speranza di tornare nel loro paese d’origine.
Il ricordo del cuore pulsa, giorno dopo giorno, senza interruzione, i volti dei miei figli e le spoglie dei miei compagni morti che rifiutano di giacere in terre non scelte sono quelle che non danno tregua alla mia vita e quelle che mi hanno costretto a trasferire le mie esperienze e le mie sovrapposizioni culturali a tutti coloro che non conoscono la storia contemporanea del proprio paese.
Mario Toro Vicencio
Poeta, Scrittore

Mario Toro, escritor, poeta, ensayista
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